viernes, 15 de mayo de 2009

POPULORUM PROGRESSIO

En 1967 se conoció la Carta Encíclica de Paulo VI sobre el “Desarrollo de los Pueblos”. La existencia de un mundo convulsionado y con problemas trágicamente perentorios, conducen a Paulo VI a enfrentar la cuestión fundamental de la propiedad de los bienes naturales.

En ese sentido el lenguaje es realmente inusitado: expresa que si la tierra está hecha para procurar a cada uno los medios de subsistencia y los instrumentos de su progreso, todo hombre tiene derecho de encontrar en ella lo que necesita. Sentado este principio Paulo VI avanza diciendo: Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ellos, los de propiedad y los de comercio libre, a ello están subordinados.

No puede pedirse una condenación más categórica del concepto romano del dominio, propio de una civilización dividida en una minoría de amos y una multitud de esclavos. El derecho esclavizador de Roma aún perdura a través de todos los códigos civiles. Correspondería, en consecuencia, que todos los gobiernos se pusieran a revisar fundamentalmente sus códigos para adaptarlos a esta concepción.

Y por si esto fuera poco, Paulo VI subraya: La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse el uso exclusivo lo que supera la propia necesidad, cuando a los demás le falta lo necesario. El derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común.

Paulo VI admite que: La renta disponible no es cosa que queda librada al capricho de los hombres y que las especulaciones egoístas deben ser eliminadas. No podría admitirse que ciudadanos, provistos de rentas abundantes, provenientes de los recursos y de la actividad nacional, los transfieran en parte considerable al extranjero, por puro provecho personal sin preocuparse del daño evidente que con ello infligen a la propia patria.

La condena al derecho absoluto sobre la propiedad privada es cristalina. Por desgracia, expresa Paulo VI, se ha construido un sistema en nuestra sociedad, que considera el provecho como motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límite ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno que conduce a la dictadura, ya fue denunciado por Pío XI como generador del Imperialismo Internacional del Dinero, recordando una vez más la norma moral de la economía al servicio del hombre y no viceversa.