“Como la fe, la democracia debe estimular nuestra conducta, y servirnos de norma en el trato con los demás”.No es necesario vanagloriarse de nuestro culto sincero a la democracia, antes de ello será preciso comprender como nació y la obligación que tenemos de practicarla y salvaguardarla como realidad tangible. La verdadera base de la democracia descansa en el reconocimiento de que cada persona es un engranaje en la maquinaria social y que la democracia existe en proporción igual al empeño que ponga cada individuo en que se “sienta” en democracia.Sin duda, en toda sociedad hay faltas y defectos, pues en todas partes “se cuecen habas”.Entre los mismos trabajadores se observan a veces humos de superioridad jerárquica que huelen a soberbia de casta. En las fábricas no es raro ver a un encargado clamando por los derechos del trabajador y al mismo tiempo hacerse el importante ante los demás obreros y tratarlos con mano férrea.Convengamos que la democracia es, a veces, una careta, algo fingido que se practica de mala gana, como para “cubrir el expediente”.La democracia funcionará mejor cuando cada uno de nosotros se tome la molestia de conocer a sus semejantes como seres humanos.El problema de poner la democracia en práctica cada día de nuestras vidas no es tarea sencilla. No habrá verdadera democracia hasta que los hombres se unan por lazos de sincera fraternidad en donde a nadie se lo descuide ni se le desprecie; cuando nadie sea inferior a otro y que nadie sea excluido. El triunfo real de la democracia llegará cuando cada uno reconozca la dignidad del otro y obre movido por el sentimiento de la igualdad.
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