CAPITULO X : El Modelo Cooperativista
En nuestros días las economías especulativas, financieras y monetarias han intentado ser más rentables, ahogando y destruyendo a muchas economías productivas y a los sectores sociales con ellos vinculados.
El establecimiento de prioridades en la economía de un país es algo que debe hacerse con criterio de racionalidad. El Estado entonces, debe cumplir una triple función:
De producción (selectiva y cualitativa)
De redistribución (proporcional y progresiva)
De regulación y organización (flexible y revisable)
El nacimiento de un pequeño conglomerado de empresas transnacionales, cuya escala planetaria y gravitación social los transforma en actores políticos de primerísimo orden, casi imposibles de controlar y causantes de un desequilibrio difícilmente reparable en el ámbito de las instituciones de las sociedades capitalista, hacen que mientras algunos ideólogos celebran el “triunfo final” del capitalismo, asegurando que hemos llegado al final de la historia, otra es la triste realidad: las amenazas que se ciernen sobre esta forma de acumulación del capital adquieren una gravedad sin precedentes en su historia. Hoy las amenazas está, en el interior mismo del sistema capitalista y, lo que es peor tienen un rostro “democrático”.
Los capitalismos desarrollados se manifiestan en cuatro dimensiones:
Avasalladora mercantilización de los derechos conquistados por las clases populares a lo largo de más de un siglo de lucha, convertidos ahora en bienes o servicios adquiribles en el mercado. La salud, la educación y la seguridad social dejan de ser derechos inalienables y se convirtieron en simples mercancías.
La falta de equilibrio entre el Estado y el Mercado. Hoy en el Sistema Capitalista se asocia lo estatal a lo malo e ineficiente y “mercados” con los bueno y eficiente.
La creación de un “sentido común” mediante la prédica constante que produce un lavado de cerebro que permite la aplicación de las políticas promovidas por los capitalistas. Este conformismo es la base del “pensamiento único”, con ausencia de todo debate económico significativo.
Lograr el convencimiento de que no existe otra alternativa. Así, se llega inclusive a cambiar el sentido de las palabras. El vocablo” reforma”, por ejemplo, que en el sistema Socialista tiene una connotación positiva y progresista, y que lleva a las transformaciones sociales y económicas orientadas hacia una sociedad más igualitaria, democrática y humana, fue apropiado y reconvertido por los ideólogos del capitalismo a un significado que alude a transformaciones sociales de claro signo involutivo y antidemocrático. Las “reformas económicas” impuestas en América Latina son en realidad “contra-reformas”, orientadas a aumentar la desigualdad económica y social y vaciar de todo contenido a las instituciones democráticas despojando a los hombres y mujeres de su dignidad ciudadana, convirtiéndolos en simples instrumentos al servicio de los negocios de las empresas.
La globalización, en términos políticos, implica una concentración cada vez mayor de poder. En términos económicos es una injusta distribución y también un poder de concentración. En términos humanos es la pérdida de lo que nos pertenece por la incidencia que tiene el contexto exterior sobre nuestra vida cotidiana.
La globalización nos deja “a la intemperie”. Se pierden los niveles de pequeñas proporciones, comenzando a sentirnos ciudadanos del mundo, pero habitantes de ningún lugar. Reducir el destino y el propósito por el cual vivimos a la mera obtención de una tasa de ganancia es, para toda ética y teoría política un esquema que sella el destino de los pueblos.
El cambio necesario se debe asentar sobre las lecciones aprendidas, a saber:
No tener ningún temor a estar a contracorriente del consenso político de nuestra época.
La reafirmación de los principios socialistas no nos exime de la obligación de elaborar una agenda concreta y realista de políticas e iniciativas posibles de ser asumidas y llevadas a cabo.
No aceptar ninguna institución establecida como inmutable. La “locura de pretender acabar con el desempleo, redistribuir ingresos, recuperar el control social de los procesos productivos, profundizar la democracia y afianzar la justicia social no es más “irreal” y “utópica” que la propuesta capitalista.
El peso de esta realidad le impone al Estado la responsabilidad de liderar, gobernar y conducir, tratando de dotar al pueblo de una estrategia de desarrollo y de promover, facilitar y coordinar acciones para implementarla. Este modelo debe basarse en la planificación de estrategias, con una fuerte articulación entre el Estado y las entidades cooperativas, monitoreando y evaluando constantemente las acciones a desarrollar a través de programas participativos, con transparencia y auditoria permanente del ciudadano a la gestión.
El desafío del movimiento cooperativo pasa por la construcción de un verdadero modelo alternativo, con capacidad para provocar cambios cualitativos y cuantitativos en la producción incorporando valor interno y actitud competitiva. Esto significa concebir a la Planificación como un esfuerzo ordenado para producir acciones de desarrollo, que configuren los objetivos de interés común. Debe además constituirse en Coordinador de las acciones orientadas hacia el crecimiento, impulsar el desarrollo y facilidades de las iniciativas para el progreso.
Para llegar a estos fines, es necesaria la instrumentación de un conjunto de mecanismos de coordinación y cooperación entre todas las ramas de la producción.
Reinaldo José Enríquez Bavio
Reinaldojosenriquezbavio.blogspot.com
rjenriquez1@yahoo.com.ar
Eltabanoguarimbero.
En nuestros días las economías especulativas, financieras y monetarias han intentado ser más rentables, ahogando y destruyendo a muchas economías productivas y a los sectores sociales con ellos vinculados.
El establecimiento de prioridades en la economía de un país es algo que debe hacerse con criterio de racionalidad. El Estado entonces, debe cumplir una triple función:
De producción (selectiva y cualitativa)
De redistribución (proporcional y progresiva)
De regulación y organización (flexible y revisable)
El nacimiento de un pequeño conglomerado de empresas transnacionales, cuya escala planetaria y gravitación social los transforma en actores políticos de primerísimo orden, casi imposibles de controlar y causantes de un desequilibrio difícilmente reparable en el ámbito de las instituciones de las sociedades capitalista, hacen que mientras algunos ideólogos celebran el “triunfo final” del capitalismo, asegurando que hemos llegado al final de la historia, otra es la triste realidad: las amenazas que se ciernen sobre esta forma de acumulación del capital adquieren una gravedad sin precedentes en su historia. Hoy las amenazas está, en el interior mismo del sistema capitalista y, lo que es peor tienen un rostro “democrático”.
Los capitalismos desarrollados se manifiestan en cuatro dimensiones:
Avasalladora mercantilización de los derechos conquistados por las clases populares a lo largo de más de un siglo de lucha, convertidos ahora en bienes o servicios adquiribles en el mercado. La salud, la educación y la seguridad social dejan de ser derechos inalienables y se convirtieron en simples mercancías.
La falta de equilibrio entre el Estado y el Mercado. Hoy en el Sistema Capitalista se asocia lo estatal a lo malo e ineficiente y “mercados” con los bueno y eficiente.
La creación de un “sentido común” mediante la prédica constante que produce un lavado de cerebro que permite la aplicación de las políticas promovidas por los capitalistas. Este conformismo es la base del “pensamiento único”, con ausencia de todo debate económico significativo.
Lograr el convencimiento de que no existe otra alternativa. Así, se llega inclusive a cambiar el sentido de las palabras. El vocablo” reforma”, por ejemplo, que en el sistema Socialista tiene una connotación positiva y progresista, y que lleva a las transformaciones sociales y económicas orientadas hacia una sociedad más igualitaria, democrática y humana, fue apropiado y reconvertido por los ideólogos del capitalismo a un significado que alude a transformaciones sociales de claro signo involutivo y antidemocrático. Las “reformas económicas” impuestas en América Latina son en realidad “contra-reformas”, orientadas a aumentar la desigualdad económica y social y vaciar de todo contenido a las instituciones democráticas despojando a los hombres y mujeres de su dignidad ciudadana, convirtiéndolos en simples instrumentos al servicio de los negocios de las empresas.
La globalización, en términos políticos, implica una concentración cada vez mayor de poder. En términos económicos es una injusta distribución y también un poder de concentración. En términos humanos es la pérdida de lo que nos pertenece por la incidencia que tiene el contexto exterior sobre nuestra vida cotidiana.
La globalización nos deja “a la intemperie”. Se pierden los niveles de pequeñas proporciones, comenzando a sentirnos ciudadanos del mundo, pero habitantes de ningún lugar. Reducir el destino y el propósito por el cual vivimos a la mera obtención de una tasa de ganancia es, para toda ética y teoría política un esquema que sella el destino de los pueblos.
El cambio necesario se debe asentar sobre las lecciones aprendidas, a saber:
No tener ningún temor a estar a contracorriente del consenso político de nuestra época.
La reafirmación de los principios socialistas no nos exime de la obligación de elaborar una agenda concreta y realista de políticas e iniciativas posibles de ser asumidas y llevadas a cabo.
No aceptar ninguna institución establecida como inmutable. La “locura de pretender acabar con el desempleo, redistribuir ingresos, recuperar el control social de los procesos productivos, profundizar la democracia y afianzar la justicia social no es más “irreal” y “utópica” que la propuesta capitalista.
El peso de esta realidad le impone al Estado la responsabilidad de liderar, gobernar y conducir, tratando de dotar al pueblo de una estrategia de desarrollo y de promover, facilitar y coordinar acciones para implementarla. Este modelo debe basarse en la planificación de estrategias, con una fuerte articulación entre el Estado y las entidades cooperativas, monitoreando y evaluando constantemente las acciones a desarrollar a través de programas participativos, con transparencia y auditoria permanente del ciudadano a la gestión.
El desafío del movimiento cooperativo pasa por la construcción de un verdadero modelo alternativo, con capacidad para provocar cambios cualitativos y cuantitativos en la producción incorporando valor interno y actitud competitiva. Esto significa concebir a la Planificación como un esfuerzo ordenado para producir acciones de desarrollo, que configuren los objetivos de interés común. Debe además constituirse en Coordinador de las acciones orientadas hacia el crecimiento, impulsar el desarrollo y facilidades de las iniciativas para el progreso.
Para llegar a estos fines, es necesaria la instrumentación de un conjunto de mecanismos de coordinación y cooperación entre todas las ramas de la producción.
Reinaldo José Enríquez Bavio
Reinaldojosenriquezbavio.blogspot.com
rjenriquez1@yahoo.com.ar
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