CAPÍTULO VIII:
Relaciones de producción en el Sistema Cooperativista
En todo proceso de producción se establecen determinadas relaciones técnicas entre los distintos agentes de la producción.
El trabajo individual debe ser suplantado, en uso de necesidades sociales, por técnicas de producción acordes a esas necesidades, a saber:
- Cooperación simple, en la que todos los trabajadores realizan la misma tarea ó tareas similares.
- Cooperación compleja, que se establece sobre la base de una división técnica del trabajo.
El proceso de trabajo cooperativo se caracteriza fundamentalmente por la existencia de un trabajo social común, que si es realizado a escala suficientemente amplia requiere una dirección para poner en armonía las diferentes actividades individuales. Esta debe cumplir las funciones generales que nacen de la diferencia entre el movimiento de conjunto del proceso productivo y los movimientos individuales de quienes forman parte de este proceso.
Las relaciones de trabajo deben ser, necesariamente, de colaboración recíproca, en sintonía con la propiedad social de los medios de producción, donde ningún sector de la sociedad vive de la explotación de otro sector. La especialización del trabajador, como agente de producción, tiende a aumentar la productividad de la fuerza de trabajo, al intercambiarse conocimientos y especializaciones. La coordinación de estos factores produce un aumento notable de las fuerzas productivas.
El proceso de producción social debe tender, invariablemente, a un número cada vez mayor de ramas de la producción económica, con la búsqueda constante de un destino cada vez más social del producto (fuerzas productivas/relaciones de la producción). A lo largo de su historia, el curso seguido por la internacionalización de las relaciones económicas en el capitalismo siempre determinó, para las sociedades involucradas, cambios profundos e irreversibles. Este proceso de cambio adquirió mayor potencialidad, en base al vínculo que se establece entre la generalización de la relación laboral y la búsqueda del mayor beneficio. Para ello el capitalismo precisa internacionalizar los ciclos productivos y mundializar los mercados de capital.
Si bien existe temor por el riesgo de una intermediación financiera fuera de control, no constituye el único foco de tormentas. Con la internacionalización de los ciclos fabriles y la aceleración en las innovaciones, se desencadenó también el fenómeno de las capacidades ociosas, el desempleo (especialmente entre los jóvenes y los mayores de 40 años), llevando esta franja de la población a la exclusión social y a la violencia.
El anacronismo del capitalismo se hace más patético con la volatilidad de las condiciones en que se desenvuelve ese mundo. Destruidas las instituciones del “estado de bienestar”, la conducta del capital financiero especulativo, con su fuerte potencialidad desestabilizadora, ha precipitado la crisis del modelo “de mercado”, donde se combinan la concentración de capital, la dislocación en los ciclos productivos, la pauperización social y la turbulencia de la especulación financiera.
Estos rasgos son los que definen un modelo de acumulación y que junto al mayor poder decisorio de las corporaciones multinacionales y el poder de desequilibrio que manifiestan la enorme expansión del capital financiero, provocan nuevas pérdidas de soberanía y cambio en los roles tradicionales de los estados dependientes.
La construcción de una entidad colectiva, en cambio, constituye un proceso de larga duración y de permanente cambio. La participación de toda la sociedad en distintas instancias de los procesos de formulación e instrumentación de políticas socialistas requieren el cambio institucional, estimulando los procesos deliberativos y promoviendo la innovación y la acumulación del aprendizaje. Para ello es necesario una constante comparación a fin de resolver las necesidades de una sociedad activa, diversa y plural.
Para ello, es preciso que exista un cierto consenso en torno al valor de la asociación voluntaria en la construcción de ideales socialistas. Este valor debe estar asociado a la búsqueda de autonomía, a la consolidación de la democracia, al diseño de las instituciones sociales y a la creación de una cultura fundada en el diálogo y el respeto a la diversidad.
Aquí es dónde las organizaciones cooperativas debe desplegar una acción responsable y fundada, contribuyendo a satisfacer aspiraciones sociales, pero siendo fieles a un sentido, fermentando la participación, no en una mera forma declamativa, sino llevando a cabo un proceso de institucionalización de la participación a fin de garantizar la presencia de las mayorías en las decisiones de gestión. Del mismo modo, deberán procurar la institucionalización de la capacidad y de la organización desde las bases, para viabilizar el desarrollo social distributivo y con mejoras en las condiciones de vida. De esta forma, la relación entre participación, capacitación y organización se interrelacionan satisfactoriamente.
Si la actividad cooperativa no logra reflejar la sociedad, pierde toda conexión con la realidad, es tomada con indiferencia por los ciudadanos y es superada por la historia, que como la vida misma es dinámica y en constante mutación.
Reinaldo José Enríquez Bavio
Reinaldojosenriquezbavio.blogspot.com
rjenriquez1@yahoo.com.ar
Eltabanoguarimbero.
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