domingo, 22 de febrero de 2009

LA FUERZA MORAL Y LA RIVALIDAD ENTRE NACIONES

EE.UU. ha ganado en poder y en posesiones materiales, pero ha perdido muchas cualidades. La libertad, tanta veces declamada no puede existir si los individuos que la poseen no tienen cualidades de autodominio y autosacrificio, sin las cuales la libertad no es tolerable.Tolerancia implica algo más que indulgencia.La tolerancia nos mueve a amparar celosamente los derechos del antagonista. Mucho de lo que pasa como tolerancia es simplemente una manera vanidosa de carecer de ideas propias. Sin embargo, será de intolerantes pretender obligar a otro a conformarse con nuestras opiniones.Considerada así, la tolerancia aparece como baluarte de la libertad social e individual, como elemento primero de todo progreso al que puede aspirar un pueblo en el camino de la cultura. Cuando dejamos de practicar la tolerancia en nuestra propia vida ponemos en peligro la estructura de la tolerancia general.¿ A qué se debe la influencia que las ideas izquierdistas ejercen sobre los hombres de todas partes ?. Fundamentalmente, porque pone énfasis en poner fin a la explotación económica del hombre por el hombre, trabajando por el mantenimiento de la dignidad del individuo, sin importar color o raza.Estos lemas no son otra cosa que la expresión de creencias que todas las naciones cristianas han profesado y que la Iglesia de Cristo profesa.En las Naciones Unidas todas las naciones allí representadas hacen todo lo posible para que su posición parezca moral y razonablemente concreta. Hay en ello mucha hipocresía. Con frecuencia se confunden deliberadamente las cuestiones. Pero cuando surge una que es claramente de orden moral, ejerce poderosa influencia sobre todos los presentes y sobre los gobiernos a quienes representan.No lo hacen porque se encuentren convencidos de que es necesario tolerar y ser ético. Ellos son hombres que se consideran prácticos y duros de espíritu, pero tratan de hacer ver que muestran respeto por el individuo, porque la ley moral está implantada en el corazón de todos los hombres del mundo. No quieren combatir abiertamente al hombre que defiende algo que pueda provocar juicios éticos que lleven a la acción. La triste realidad es que todos reconocen que, en la vida política se debe tomar partido por los problemas éticos, so pena de ser derrotados en las votaciones de su país, y así perder el puesto de privilegio que ostentan, desdeñando aceptar que dicho puesto no es de privilegio, sino de servicio.Cuando se estudia la historia de las relaciones Exteriores de EE.UU., salta a la vista una paradoja extraordinaria. EE.UU. se ha convertido en la potencia del mundo. El testimonio de la historia es claro: han ganado guerras pero su diplomacia ha sido siempre un fracaso ya que no ha podido establecer firmemente la paz después de la victoria.Cuando se analizan los esfuerzos, planes y resoluciones y los errores con que se condujeron se nota el contraste entre la capacidad de EE.UU. para desarrollar su poder nacional y su incapacidad para emplearlo de manera adecuada y provechosa. Los fracasos de ese país son hijos de su mala política y de la incapacidad de decidir con acierto cuándo, cómo, hasta qué punto y con qué objeto debe ejercer EE.UU. el poder y la influencia enormes que pueden ejercer.La política exterior norteamericana ha fracasado porque el espíritu norteamericano, desentendiéndose de las realidades del mundo exterior se ha guiado por un cúmulo de preocupaciones y creencias sin más fundamento que el deseo, que tergiversa la naturaleza de las cosas, ofusca la razón y pervierte el juicio, impidiendo así la adopción y formulación de una política práctica basada en los hechos y adaptable a las circunstancias existentes. La persistencia en no reconocer el conflicto entre nación y nación como estado normal y natural de la humanidad ha conducido a los fracasos repetidos de la política norteamericana.En la diplomacia, cuando se trata de cuestiones de vida o muerte, se debe adoptar una política de búsqueda no de objetivos que se desean sino los mejores que puedan alcanzarse.Cuando se examinan los proyectos de política exterior de EE.UU., se nota la tendencia intransigente ha adoptar medidas extremas: o el aislamiento absoluto o el internacionalismo universal, o la no intervención o una cruzada, o la proscripción completa de la guerra o una guerra preventiva.Muchos pensadores norteamericanos miran el uso del poder coactivo para establecer y mantener el equilibrio internacional como “política de la fuerza”, y afirman que reconocer esferas de influencia es un acto de apaciguamiento.En la concepción imaginaria del mundo que prevalece en los EE.UU., la diplomacia queda de hecho excluida. Se declara fuera de la ley, y se excomulgan a quienes la discuten. Se insiste en tratar la rivalidad de las naciones como algo que no puede existir entre hombres sensatos. No se hace esfuerzos por regular esa rivalidad, porque se sostiene que no debe haberla. Y así EE.UU. se aferra a la idea de que no puede haber sino tres soluciones: O desentenderse proclamándose neutral, o desentenderse en el convencimiento de establecer una sociedad universal, o emprender cruzadas de aniquilación contra aquéllos que no cumplan sus designios. La mejor política es reconocer que la rivalidad continuará existiendo, y, tras reconocer esa rivalidad como estado permanente, tratar de regularla y mantenerla dentro de límites razonables estableciendo esferas de influencia con un equilibrio internacional.El error constante de EE.UU. es buscar la unanimidad, la armonía ideológica, la abolición de toda diferencia y de todo desacuerdo, pero siempre bajo su patriarcado. Lo que se debe establecer es una tregua en la guerra actual de palabras y maniobras políticas.Quiérase o no EE.UU. necesitará componendas políticas y económicas a pesar de que quienes miran toda componenda lo tomarán como apaciguamiento.Si EE.UU. no emplea el procedimiento tradicional de la diplomacia (combinación del poder y la componenda), lo único que puede esperar es una época de disgregación del mundo civilizado con una guerra feroz, universal e infructuosa, que dejará las cosas igual a como están ahora.

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